domingo, 27 de diciembre de 2009

El dios Fósforo

De vez en cuando no está de más ir más allá del Olimpo y descubrir dioses menores y prácticamente desconocidos, que nos ayudan no sólo a ampliar nuestra información sobre la religión de los antiguos griegos, sino también a comprender muchas cosas de nuestra vida cotidiana. En este artículo quiero presentar, aunque con más brevedad de la que quisiera, al dios Fósforo, también llamado Eósforo o Heósforo, identificado con el lucero del alba que observaban los antiguos al amanecer y el cual hoy sabemos que es el planeta Venus.

El nombre de Fósforo viene del griego φώς ("luz") y φόρος ("portador"), ya que se trataba del dios que traía las primeras luces del día. Era hijo de Eos, la aurora, y Astreo, un titán, y hermano de los Vientos: : Céfiro, Boreas y Noto. Era representado a menudo como una antorcha portada por su madre y a menudo se le daba el apelativo de Estrella de la Mañana. Los romanos tradujeron su nombre a Lucero, el cual fue utilizado posteriormente como Lucifer por San Jerónimo en su Vulgata para identificar al ángel rebelde que provocó que los demonios fuesen expulsados del Cielo. Posteriormente, este término serviría de forma ambigua junto con el de Satanás para designar al Diablo. En la religión strega es el padre de Aradia.

Fósforo mantuvo relaciones con Cleobea y tuvo un hijo llamado Filónide o Filamón, poeta y adivino del que también se dice que era hijo de Apolo y gemelo de Autólico.

Y sí, él es la causa de que al elemento químico del Fósforo se le pusiera ese nombre, ya que su principal característica es que emite luz al contacto con el oxígeno.

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jueves, 17 de diciembre de 2009

Las vestales

Las vestales eran el conjunto de sacerdotisas dedicadas al culto de Vesta en Roma. Su peculiaridad consiste en que eran sacerdotisas públicas y que formaban un cuerpo religioso integrado por mujeres, cuando lo normal es que fueran hombres los encargados del culto a los dioses. Su mayor responsabilidad residía en vigilar el fuego sagrado de Vesta, situado en su templo en el Foro Romano. Se dice que las vestales cuidaban del fuego de la ciudad desde los tiempos de la Monarquía, y que incluso la madre de Rómulo y Remo fue una vestal.

Vesta es una diosa romana de orígenes antiguos, asociada al fuego del hogar. Su culto fue introducido en Roma por Rómulo, según la mayoría de los autores, aunque hay ciertas dudas ya que el templo (redondo como las primitivas cabañas del Lacio) se encuentra fuera del área del Foro Romano, que es donde se sitúa la ciudad fundada por Rómulo. Sabemos del arcaicismo de esta diosa porque el animal que se le asociaba es el asno, animal mediterráneo por excelencia, en lugar del caballo, animal representativo indoeuropeo. El día de las Vestalia se coronaba a los asnos con flores y no se les obligaba a trabajar; se hacía por una leyenda según la cual un asno había protegido a Vesta de los ardores amorosos de Príapo, aunque se cree que es un mito tardío y artificial.

Las vestales eran escogidas durante su infancia; debían ser vírgenes y hermosas, y provenir de padres reconocidos. Desde el momento en que pasaban a formar parte del templo, se consideraba que ya no dependían de su familia. Pero el servicio a Vesta no era para toda la vida. Cuando una vestal cumplía treinta años en el templo (diez años de instrucción, diez de servicio y diez de instrucción), eran libres para casarse si querían, aunque lo normal era que eligieran permanecer célibes y en el templo. La condición de la virginidad venía de los tiempos de los poblados antiguos, cuando eran las muchachas jóvenes y solteras las encargadas de vigilar el fuego sagrado, ya que no tenían familia ni tareas hogareñas que atender.

La vestimenta también identificaba a las vestales. Las tunicas que utilizaban eran de lino blanco y estaban adornadas con una orla de púrpura. Dentro de los distintivos que llevaban encontramos uno de suma importancia, la vitta. Era comúnmente utilizada como adorno por las mujeres pero en el caso de las vestales identificaba su posición sagrada en la sociedad. Es por esto que lo primero que se le hacía a una Vestal que rompía sus votos era el despojarla de esta vitta.

Las vestales gozaban de ciertos privilegios, como el de poder disponer de todas sus posesiones e incluso podían hacer testamento, aunque su padre o cualquier otro varón de la familia aún estuviese vivo. Además, podían absolver a un condenado a muerte, siempre que se lo encontraran de forma casual cuando era llevado hacia su condena. Siempre eran escoltadas por lictores y en obras de teatro y otros espectáculos, gozaban de los mejores sitios. Además, solían ser invitadas a los banquetes más suntuosos de la ciudad.

Por contra, tenían algunas prohibiciones y responsabilidades por las que podían ser duramente castigadas. Lo más importante de todo era que no se apagase el fuego del templo. Si esto ocurría, el Senado se reunía y hablaban sobre las causas y las consecuencias del hecho; después el fuego volvía a encenderse. La vestal que había estado de guardia cuando la llama se había apagado era azotada.

El segundo tabú de las vestales era obviamente la virginidad, y perderla se consideraba un acto mucho peor que el dejar que la llama se apagase. Los castigos iban desde la lapidación hasta la decapitación o el enterramiento en vida, aunque sólo se tiene constancia de una veintena de casos en los que hubo que recurrir a ellos.

La fiesta más importante del año eran las Vestalia, celebradas entre el 7 y el 15 de junio. Era una fiesta dedicada especialmente a las mujeres que eran madres, ya que vesta era la diosa del hogar, la familia y la pureza; además, era la única época del año en la que el público podía entrar al templo. Había varias procesiones por la ciudad en las que se paseaban estatuas de la diosa.

Algunas vestales famosas fueron Rhea Silvia, la madre de Rómulo y Remo, quien obviamente rompió sus votos de castidad; Tarpeia, quien traicionó a Roma y fue arrojada desde la roca que luego adquirió su nombre; o Julia Aquilia Severa, que rompió sus votos casándose con el emperador Elagabalus, y que, por supuesto, no fue castigada.

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jueves, 10 de diciembre de 2009

Los funerales en Grecia

La mayor parte de la información que tenemos sobre el desarrollo de las ceremonias fúnebres está en las representaciones de los vasos, que se centran especialmente en los momentos de exposición del cadáver y la conducción al cementerio. Solamente por fuentes escritas conocemos el lavado del difunto, su disposición en el ataúd y el enterramiento.

Las mujeres eran las encargadas de lavar el cadáver, ungirlo con perfume, vestirlo y arreglarlo en lechos cubiertos de paños con la cabeza apoyada en almohadones. Al dia siguiente de la muerte, se recibía a los parientes y amigos para la ceremonia del lamento. A partir de la época clásica, hay un claro reparto de papeles: las mujeres plañen en el hogar del difunto y los hombres le rinden un último reconocimiento social mediante un homenaje.

Al amanecer del tercer día, una procesión conducía al difunto al cementerio, donde se lo enterraba o se lo incineraba. Esta elección dependía de la tradición familiar, aunque por lo general los círculos aristocráticos preferían la incineración, ya que lo asociaban al ritual heroico descrito en las obras de Homero.>

La inhumación del cuerpo o de las cenizas se acompañaban por ofrendas de comida y libaciones y tras el funeral, parientes y amigos eran invitados a un banquete fúnebre a su regreso a la casa del difunto.

Nueve días después del funeral, los familiares y amigos se reencontraban en la acrópolis para repetir las ceremonias fúnebres y otros ritos que señalaban la finalización del luto a los treinta días. Posteriormente, tanto la celebración del aniversario de la muerte como toda visita al sepulcro se acompañaba de numerosas ofrendas: flores, cintas de colores, recipientes para libaciones, tarros de perfume, arquetas para joyas, instrumentos musicales, armas y aparatos de gimnasia.

Tanto en el ritual de incineración como en el de inhumación, se daba gran importancia a la visibilidad de la tumba, no sólo para que los recordasen los familiares y amigos, sino cualquiera que pasase por la necrópolis. Para esto se usaban unos signáculos, cuya tipología era muy variada. Entre los siglos IX a.C. y VII a.C. eran estelas sin relieves ni inscripciones con grandes vasos. A partir del siglo VI a.C. los vasos se sustituyeron por esculturas monumentales de mármol. En los siglos V y IV a.C. a consecuencia de las leyes suntuarias que prohibían el exceso de lujo, el aspecto exterior de las tumbas disminuyó de tamaño.

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lunes, 7 de diciembre de 2009

Troya

Troya (en griego Τροία o Τροίας; también llamada Ilión, en griego Ίλιον o Ίλιος, Wilusa en hitita y Truva en turco) es una ciudad tanto histórica como legendaria, donde se desarrolló la Guerra de Troya, aunque mi intención al escribir este artículo es hablar de la Troya histórica, ya que de la leyenda se ha hablado mucho y creo que más o menos muchos conocemos ya la historia.

La Troya histórica estuvo habitada desde el III milenio a.C y se situó en el estrecho de los Dardanelos, teniendo una posición estratégica respecto al Mar Negro. Además, se encontraba entre dos ríos, el Escamandro y el Simois, lo que ayudaba a sus comunicaciones. Aún así y debido a las condiciones del clima, muchas veces los barcos que querían cruzar el estrecho tenían que detenerse durante bastante tiempo en Troya a esperar que fuera el momento propicio para navegar.

El esplendor de Troya coincide con el esplendor del imperio hitita, y encontramos referencias a la ciudad en muchas fuentes hititas, si bien pueden llevar a la confusión ya que tienen interpretaciones abiertas en cuando a Troya. Las menciones de Troya en las fuentes griegas nos hablan de colonos griegos que llegaron a partir del 900 a.C. (cuando se data el primer santuario a Atenea de la ciudad) y de las invasiones que sufrió por parte no sólo de griegos sino de persas. Alejandro Magno llegó a la ciudad en 334 a.C. y tomándose a sí mismo por un nuevo Aquiles, la tomó bajo su protección, pasando tras su muerte a su general Lisímaco.

Las fuentes romanas hablan de la protección de Troya en el 190 a.C. y se refieren a ella como una aldea. La ciudad pasó a formar parte de Pérgamo hasta que en el 133 a.C. fue considerada como parte de la provincia romana de Asia.

Con la llegada del cristianismo al Imperio Romano, Juliano el Apóstata comprobó que se seguían haciendo rituales a Atenea hasta que en 391 d.C. se prohibieron los cultos paganos. Hacia el 500 hubo un gran terremoto que derribó gran parte de la ciudad. Se produjo un nuevo asentamiento en la zona pero a partir del siglo XIII, la ciudad cayó en el olvido.

Las ruinas de Troya fueron descubiertas en en 1871 por Heinrich Schliemann. En 1998, el sitio arqueológico de Troya fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

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