viernes, 28 de agosto de 2009
Las Panateneas
Las Mamuralia
El 14 de marzo se celebraba en Roma una festividad conocida como las Mamuralia, nombre que proviene de Mamurius Veturius, una reminiscencia de los orígenes del dios Marte. En este día, un esclavo era vestido con pieles y se le echaba de la ciudad azotándole con cayados largos y blancos. Los romanos veían en este esclavo al Viejo Marte, al Dios Invierno, al que se expulsaba para que el invierno finalizase y pudiese llegar la primavera. Si a alguien le extraña que se asocie al dios Marte con un cambio estacional, he de recordar que en sus orígenes, Marte era un dios de la vegetación germinante, no en vano se le atribuye el mes de Martius (Marzo), cuando la vegetación comienza a salir tras el invierno.
Pero algunos autores ofrecen otras intepretaciones a esta festividad. Según Lydius, esta fiesta proviene de un mito en el que Júpiter expulsa al herrero de la ciudad por haber hecho mal un escudo de la misma. La explicación que da a esta interpretación es que Mamurius proviene del vocablo de origen etrusco mar, que quiere decir "golpear, pegar, aplastar", lo que conduce a las actividades que realiza un herrero. Hay que entender entonces la importante posición económica que jugaban los herreros en las sociedades primitivas, casi se le daba un significado religioso puesto que obtenía su materia prima de las entrañas de la tierra y con ellas fabricaba objetos para la vida cotidiana. Este hecho le dio en muchas ocasiones un carácter iniciador, es decir, transmitía a los jóvenes sus conocimientos. Cuando éstos ya estaban iniciados en su arte, le expulsaban, simbolizando así el paso de la juventud a la vida adulta. Según Jean-Noel Robert en su obra Eros Romano, era habitual en sociedades primitivas que la iniciación de los jóvenes en determinados oficios culminase con la expulsión del maestro.
También se ha hablado de que las Mamuralia podrían haber sido la segunda etapa en un ciclo iniciador de los jóvenes. Este ciclo comenzaría el 15 de febrero con las Lupercalia, festividad de desenfreno que supondría una iniciación de tipo sexual y terminaría con las Mamuralia el 14 de marzo, donde se llevaría a cabo una iniciación de tipo guerrero. Tres días después, los jóvenes serían inscritos en las listas de ciudadanos, culminando así su transición a la vida adulta.
Los misterios de Eleusis
Los Juegos Olímpicos
Los Juegos Olímpicos: origen y significado
Los primeros juegos olímpicos que se conocen son los de 884 a.C., pero los resultados más antiguos de los que disponemos nos remontan al año 776 a.C. en Olimpia., donde se hallaba el emplazamiento más importante de Grecia en el que se adoraba a Zeus. Se dice que el fundador de los juegos fue Pélope, hijo del rey de Frigia, quien compitió en una carrera de cuadrigas por el amor de Hipodamia, pero otros atribuyen el mérito a Hércules y sus doce pruebas o a un tributo que éste quiso hacer a su padre Zeus. También existe la versión según la cual el propio Zeus instituyó los juegos para conmemorar su victoria contra los Titanes. También se cree que fueron originarios de Creta y traídos al continente por medio de sus sacerdotes. Por último, Turquía reclama ser el lugar originario de la competición, pues se han encontrado en sus tierras las estatuillas deportivas más antiguas que se conocen.
Hay constancia de que antes de que se celebrasen los juegos olímpicos, ya había unas competiciones deportivas en honor a los dioses llamados Juegos Mïticos. Oficialmente, su origen está en una tregua firmada por Ifitos, rey de Elida, y Licurgo, rey de espadas, mediante la cual en vez de luchar en el campo de batalla, lo hacían en los estadios.
El valor de los juegos era una manifestación religiosa de acatamiento a los dioses; se desarrollaba el cuerpo y el alma; favoreció la amistad entre diferentes ciudades y contribuyó a la unidad de los helenos. Tenían un gran significado religioso, pues se celebraban a los pies del Monte Olimpo, residencia de los dioses, y todo el esfuerzo se dedicaba a ellos, ofreciendo lo mejor del hombre: capacidad artística y destreza en los deportes.
Se celebraban cada cuatro años y duraban seis días y eran una ocasión muy especial en las ciudades, incluso se detenían todos los actos oficiales. Había emigraciones de todos los pueblos griegos hacia Olimpia, que hizo que la ciudad evolucionara y se convirtiera en un centro de unión de los griegos. Representantes de todas las ciudades participaban en las ofrendas y sacrificios anteriores a los juegos, lo que provocaba una sensación de hermandad entre todas ellas. Se competía además a nivel individual, no en nombre de ninguna ciudad.
No se vendían entradas y se levantaban carpas y casetas para refugio de gente que acudiera como espectador. Aún así, muchos se quedaban fuera y tenían que dormir a la intemperie.
Las categorías
No se sabe con certeza en qué orden se realizaban las distintas pruebas.
- Las Carreras: la principal carrera era la de velocidad, que constaba en un recorrido de 192 metros (un estadio). Más tarde se añadieron el díaulo (velocidad pero de ida y vuelta), el dólico (resistencia) y la hoplitodromía (carrera con armamento).
- Salto de Longitud: no se medía la distancia saltada, sino que se tomaban en cuenta las huellas de los participantes. Posteriormente este salto se realizó con piedras o plomo.
- Lanzamiento de disco: consistía en el lanzamiento de un disco de bronce, cuyo tamaño y peso variada en función de la edad de los participantes.
- Lanzamiento de jabalina: se medía no la puntería sino la distancia
- Lucha: consistía en derribar al adversario. No se permitían patadas, manotazos ni puñetazos
- Pugilato: se permitía golpear únicamente con los puños
- Pancracio: aparece en 640 a.C. consistía en vencer al rival usando cualquier método. Podía llegar incluso a la muerte.
- Carrera de carros: eran el momento más importante de los juegos. Podían llegar dos o cuatro caballos.
- Carreras de caballos: no se usaban ni estribos ni sillas, y podían incluir obstáculos.
- El Pentatlón: Este era la competencia por excelencia de los Juegos Olímpicos, se incorporó en el año 708 a.C. Constaba de una carrera de velocidad, salto de longitud, lanzamientos de disco y jabalina y lucha.
La organización
La dirección y organización de los juegos recaía sobre la Bulé de Olimpia, conocido como el Consejo Olímpico. Se encargaba principalmente de elegir a los jueces de las pruebas y a castigarlos si no desempeñaban su labor correctamente. También controlaban los ingresos y los gastos del tesoro de Zeus en la ciudad.
Los jueces o helladónicas eran designados 10 meses antes de la celebración de los juegos y sólo eran elegidos para una celebración, aunque podían ser reelegidos. Seleccionaban a los participantes, supervisaban los entrenamientos, inspeccionaban las instalaciones, dirigían las pruebas y entregaban las condecoraciones.
Los theólocos eran los sacerdotes que supervisaban los templos, realizaban los ritos y conservaban los altares. Sus funciones se limitaban a la liturgia.
Las normas
- Sólo podían participar griegos de condición libre, que debían entrenar obligatoriamente en Elis (ciudad a 50 km de Olimpia) y prestar el juramento ritual
- Sólo las mujeres solteras podían entrar pero como espectadoras.
- Era obligatorio participar desnudo.
- No se podía matar al adversario ni empujarle en las carreras.
- Los sobornos se castigaban con azotes
- Los jueces no podían participar
- Quedaban excluidos todos aquellos que tuvieran multas, los delincuentes, los reincidentes, los homicidas y los sacrílegos
- Si un atleta llegaba con retraso se le excluía de la prueba
- Se podía reclamar al senado de Olimpia si se estaba en desacuerdo con la decisión de los jueces, pero este desacuerdo no podía manifestarse públicamente.
El desarrollo
Cuando se acercaba la fecha de celebración de los juegos, se declaraba una tregua sagrada, que ponía fin a todos los enfrentamientos militares, la preparación de ejércitos, construcción de armas… Los heraldos eran los encargados de dar a conocer esta tregua al tiempo que anunciaban los juegos.
El día antes de comenzar los juegos, participantes y jueces abandonaban Elis y se dirigían al altar de Zeus en Olimpia, donde juraban delante de la imponente estatua de Zeus de marfil y oro y doce metros de altura (una de las maravillas del mundo) que no iban a delinquir contra los juegos y manifestaban que habían seguido el entrenamiento obligatorio durante los 10 meses anteriores.
El primer día actuaban heraldos y trompeteros (posteriormente se convertiría en otra categoría). El segundo día competían los más jóvenes. El tercer día tenían lugar las competiciones ecuestres, era el día de la aristocracia por antonomasia, pues eran los nobles quienes poseían carros y caballos para participar. Como curiosidad, decir que como en estas carreras el vencedor era el dueño del carro o del caballo, se dieron casos en los que la galardonada fue una mujer.
El cuarto día era el más importante, ya que se realizaba un ritual en honor a Zeus y se sacrificaban 100 bueyes en su honor.
El quinto día se celebraban el díaulo, el dólico, la lucha, el pugilato y el pancracio. El día finalizaba con la hoplitodromía. El sexto día era el cierre de los juegos y la entrega de premios. Los premios no consistían en nada material, sino en el honor y la gloria. Para simbolizarlo se les dio en principio una manzana, pero después se pasó a la corona de laurel y una cinta de lana en la frente. El nombre, el del padre, el lugar de nacimiento y el linaje de cada ganador se inscribían en un registro. El que conseguía vencer en todas las pruebas del pentatlón, tenía derecho a una estatua en el templo de Zeus. Al regresar a sus polis los ganadores eran recibidos como héroes; poetas y oradores narraban sus hazañas. Existe constancia del nombre del primer ganador de los Juegos Olímpicos: fue Koreibos de Elida y recibió como premio una manzana. El último ganador antes de su prohibición fue el armenio Varazdat.
Los juegos fueron prohibidos en 394 por Teodosio el Grande por considerarlos paganos al servir de adoración a falsos dioses, aunque la versión oficial fue que el obispo de Milán, san Ambrosio, veía las competiciones como un espectáculo cruel y sangriento.
La educación espartana
El telar en Grecia
En la sociedad griega la mujer estaba considerada como un ser inferior al hombre, según autores como Platón o Cleonice de Aristófanes, por lo que estaba alejada de los dos terrenos principales de la vida pública: la Asamblea y el campo de batalla. Estando relegada de esas funciones sociales, corresponde entonces a la mujer griega la preeminencia en la vida cotidiana y en el hogar, reconociéndose su predominio en estas labores.
En este artículo voy a hablar del telar, del arte de tejer, pues era un terreno exclusivo de la mujer y donde ella podía explayarse. Su superioridad en este terreno está confirmada en textos de Sócrates y Glaucón. La importancia del telar la vemos ya reflejada en el mito de la diosa Atenea, patrona de las tejedoras y orgullosa de su talento hasta el punto de transformar a Aracne en araña debido a que ésta la superaba en su habilidad. Pandora, la mujer que trajo los males al mundo, también era una virtuosa tejedora, alumna de Atenea. Encontramos tejedoras también en la literatura: quizá la más famosa de ellas sea Penélope, esposa de Ulises, quién utilizó su telar para frenar a sus pretendientes mientras esperaba a que llegase su marido de Troya.
Aquí podemos ver una separación entre las funciones del hombre y la mujer: él va a la guerra y ella permanece en el hogar tejiendo. En esta división de funciones encontramos algo más que roles dentro de la sociedad. El trabajo del telar se consideraba un trabajo mecánico, en el que no se necesitaba usar la razón, mientras que la política y la guerra eran funciones en las que era necesaria la intelectualidad.
Confinadas las mujeres entonces a estos trabajos, tuvieron que buscar la manera en la que utilizar el telar para desarrollar actividades “no racionales”, para utilizar la astucia y conseguir sus objetivos. Un grupo de mujeres tejiendo o incluso una sola mujer tejiendo en la soledad de su hogar, parecía una imagen inofensiva y cotidiana para los hombres, pero éstos no sospechaban que podían estar tramando mil asuntos y planeando otras tantas intrigas y artimañas.
En este sentido se podía hablar de que las mujeres crearon una religión basada en el telar y en las funciones que realizaban a través de él. Tendrían entonces tres divinidades principales: por supuesto Atenea, las tres Moiras que tejen el destino de los hombres y Afrodita, a la que Safo llamó “tejedora de engaños”. Muchas mujeres encontraron en el arte de tejer la solución a sus problemas: Penélope, como hemos dicho, conservó su patrimonio gracias a su tarea de tejer y deshacer lo tejido durante veinte años; Helena de Troya tejió los sucesos de la guerra alcanzando casi la perfección; Electra reconoció a su hermano Orestes tras ver una tela que ella misma le había tejido; por último, podemos hablar de Filomela, la hija de Pandión, violada y recluida en una cabaña en el bosque por su cuñado Tereo, consiguió contarle a su hermana Procne todo lo que le había pasado mediante imágenes en una tela.
La tela es usada entonces como un instrumento mediante el cual la mujer consigue lo que quiere sin que nadie sospeche nada de su labor. Es un medio de comunicación a los demás y además, ofrenda para las diosas tutelares de esta dedicación. Podría hablarse de un lenguaje específico que los hombres no alcanzaban a comprender, ya que para ellos y para la sociedad en general, la imagen de la mujer tejiendo dentro de su casa era la representación misma de la virtud, la moral y la castidad, cuando en realidad la tela era un instrumento utilizado a voluntad por las mujeres. Podían usarla como excusa para evadir otras tareas, para tejer velos y vestidos con los que manipular a los hombres, para reunirse entre ellas sin que pareciera que urdían algo… Expresiones actuales como “tramar”, “urdir” o “tejemaneje” vienen de esta concepción de la labor de tejer.
El paso de niña a mujer en Grecia
- Se la lleva a un lugar alejado de su comunidad
El origen de los dioses griegos
La principal fuente en la que me voy a basar es la Teogonía de Hesíodo, obra escrita a finales del siglo VIII a.C en la que se narra el origen del cosmos y el linaje de los dioses, así como la manera en la que Zeus se constituyó en el centro de toda la mitología.
En primer lugar existió el Caos y después Gea. En el fondo existía Tártaros y Eros, que se le menciona como un sentimiento más que como un dios antropomorfo. Del Caos surgió la Noche y Érebos. De la unión de los dos hermanos nacieron el Día y el Éter. De Gea nació Urano, las Montañas, las Ninfas y el Ponto (el mar).
Gea y Urano tuvieron una larga descendencia, los Titanes, destacando el más joven de todos ellos, Cronos, quien nació odiando a su padre. Hermanos suyos fueron los Cíclopes y unos monstruos a los que Hesíodo no da nombre que son descritos con cien brazos y cincuenta cabezas. Son los hecantóquiros.
Urano sabía que no sólo Cronos, sino que todos sus hijos le odiaban, así que haciendo gala de su crueldad, no dejaba a Gea dar a luz, dejando a los hijos dentro de su vientre. Gea, hinchada y cansada, urdió un plan con sus hijos. Cronos se ofreció a llevar el plan a cabo y una noche, cuando Urano quiso acostarse con Gea, Cronos sacó su mano armada con una hoz afilada y cortó los genitales de su padre. Ésos cayeron al mar y de la espuma que formaron nació Afrodita, que llegó a las costas de Chipre.
Rea y Cronos tuvieron a Hestia, Démeter, Poseidón, Hera, Hades y Zeus. Cronos, temiendo que le sucediera lo mismo que a su padre, se iba comiendo a sus hijos según nacían, provocándole sufrimiento a Rea. Cuando Zeus nació, Rea decidió entregar el bebé a su suegra, Gea, para que lo cuidara, y ella entregó a Cronos una piedra envuelta en pañales. Al cabo de un año, Cronos vomitó la pesada piedra y detrás de ella, a todos sus hijos.
Zeus entonces tuvo que enfrentarse a los Titanes, pues éstos no querían quedar por debajo de él, así que lucharon durante diez años. Para esto tuvo que liberar del Tártaro a los hecantóquiros y a los cíclopes, quienes forjaron para él el rayo. Zeus obtuvo la victoria y los tres hermanos olímpicos se repartieron el poder: Zeus se quedó en el cielo, Poseidón el mundo submarino y Hades el mundo subterráneo. Aun así, antes de establecerse en el cielo, Zeus tuvo que vender a los gigantes y destruir a Tifón.
El oráculo de Delfos
El culto de los soldados romanos
Quizá resulta extraño hablar de “religión” de los soldados romanos, puesto que como ciudadanos tenían las mismas creencias que los civiles, pero sí es cierto que tenían más devoción por divinidades guerreras y que además, tenían especial cuidado en el culto al emperador, considerado prácticamente como un dios. Además, los campamentos militares en ocasiones eran auténticas ciudades en las que, además de mercados y médicos, había también una clase sacerdotal que se encargaba de preparar los sacrificios y los actos rituales previos o posteriores a una batalla.
Los principales dioses adorados por los romanos eran:
- Marte: originalmente parece ser que estaba considerado como un dios de la vegetación y su fuerza productiva, pero su carácter fue evolucionando hasta convertirse en una divinidad propiamente guerrera. Tuvo un papel importante en la historia de Roma, puesto que se le consideraba padre de Rómulo y Remo. Prácticamente todos los escalafones del ejército ofrecían votos a Marte y como prueba de su consideración como dios de la guerra, tenemos el Campo de Marte, una gran explanada en la que originariamente se levantó un altar a Marte y que sirvió como lugar donde se instruían los soldados y practicaban en tiempos de paz.
- Hércules: llegó a Roma como influencia de Grecia a través de Heracles. Se le consideraba protector de las armas pero también procuraba la fecundidad de los campos, con lo que ocurre lo mismo que con Marte, una curiosa dicotomía dios guerrero-destructor contra dios agrícola-creador. También era protector de la familia y del comercio. Muchos emperadores se identificaron con él, especialmente Cómodo, que incluso se puso el apodo Hercules Romanus. Sus valores morales, además, le hicieron objeto de admiración.
- Minerva: a pesar de que pueda sorprender que Atenea, símbolo de la inteligencia, fuera una de las divinidades preferidas por los soldados, hemos de recordar que representaba también la estrategia militar. Era además protectora de Roma y formaba parte junto con Juno y Júpiter de la tríada capitolina.
- Los Dióscuros: los gemelos Cástor y Pólux eran a menudo “avistados” por generales que creían verlos luchando junto a ellos en el campo de batalla. Eran adorados especialmente por los soldados de la caballería, pues frecuentemente aparecían representados montados a caballo.
También podemos hablar del culto a otras divinidades menores basadas en términos más abstractos. Así, tenemos a Virtus, que aparece unida muchas veces a Honos. No podemos olvidar a Victoria, que posteriormente sería relegada por la Niké griega. En ocasiones encontramos también influencias de cultos orientales como el mitraísmo o cultos indígenas que asociaban al panteón romano.
Todas las festividades religiosas que debían cumplir los militares se encontraban perfectamente detalladas por el poder central en el Feriale Duranum, un calendario que se repartía a todas las guarniciones y en el que aparecían todos los días que debían festejarse. De esta manera, los soldados que se encontraban lejos de sus hogares podían sentirse vinculados a sus creencias compartiendo aquellas celebraciones, amén de que obviamente era una señal de a quién debían las victorias: a los dioses y al emperador, que se encargaba de que fuesen honrados. Esto lo vemos muy claro en el papel de Júpiter, protector del emperador y del ejército, siendo un nexo entre ambas instituciones.
Respecto a los campamentos romanos, no debemos considerarlos simplemente como un campo de operaciones. Eran pequeñas réplicas de Roma, puesto que los soldados pasaban largas temporadas en él y poco a poco se iban añadiendo todos aquellos elementos de la vida diaria que en un principio se habían obviado. Al igual que había pequeños mercados, cocinas, talleres, etc… existían pequeñas capillas con su propio personal religioso especializado. Se establecían además estatuas de las divinidades que hemos mencionado antes y un altar en el que se hacían los pertinentes sacrificios y rituales. El lugar en el que se instalaba el campamento era sacralizado y se celebraba cada año el aniversario de su creación. Los estandartes y las insignias eran adoradas y ofrecidas a los dioses.
El personal religioso que atendía las necesidades de culto del campamento eran los feciales. Formaban colegios de veinte sacerdotes cuya misión principal era el diálogo pacífico con los extranjeros para evitar guerras. El jefe de los feciales era el pater patratus y portaba un cetro de Júpiter. Esta función no la podía desempeñar alguien cuyo padre no viviese.
Tito Livio nos ha dejado un ejemplo del discurso que estos feciales ofrecían a los pueblos con los que había algún conflicto:
Cuando el legado llega a la frontera del país al que se presenta una reclamación, se cubre la cabeza con el filum y dice “Escucha, Júpiter; escuchad fronteras de... (nombra al pueblo al que pertenecen); que escuche el derecho sagrado. Yo soy el representante oficial del pueblo romano; traigo una misión ajustada al derecho humano y sagrado, que se dé fe a mis palabras”. A continuación expone las reclamaciones. Pone, luego, a Júpiter por testigo: “Si yo reclamo, en contra del derecho humano y sagrado, que esos hombres y esas cosas se me entreguen como propiedad del pueblo romano, no permitas que jamás vuelva yo a mi patria”. Recita esta fórmula cuando cruza la frontera, la repite al primer hombre que encuentra, la repite al entrar en la puerta de la población, la repite cuando está dentro del foro, cambiando algunas palabras de la invocación y del texto del juramento”.
En caso de que no se aceptara el pacto, el fecial era también el encargado de declarar la guerra:
Si no le son entregados los que reclama en el transcurso de treinta y tres días, declara la guerra con estas palabras: “Escucha, Júpiter, y tú, Jano Quirino, y todos los dioses del cielo, y vosotros, dioses de los infiernos, escuchad; yo os pongo por testigos de que tal pueblo (nombra al que sea) es injusto y no satisface lo que es de derecho. Pero sobre esto consultaremos a los ancianos de mi patria, a ver de qué modo vamos a hacer valer nuestro derecho”. Vuelve, entonces, a Roma el emisario a demandar consejo. Sin dilación, el rey consultaba a los senadores más o menos con estas palabras: “Respecto a las cosas, objetos y ofrendas que el pater patratus del pueblo romano de los quirites ha denunciado de palabra al pater patratus de los antiguos latinos y a los antiguos latinos, cosas que no entregaron ni abonaron y que debían entregar o abonar, dime (dice a aquel a quien pide el parecer en primer lugar), ¿cuál es tu parecer?”. Entonces aquél respondía: “Mi parecer es que hay que ir por ello con una guerra justa y pura; tal es mi decisión y mi propuesta”. Después se consultaba a los demás por orden; y cuando la mayoría de los presentes era del mismo parecer, la guerra quedaba acordada”.
Seguidamente, se procedía al ritual del lanzamiento de la jabalina:
“Ordinariamente, el fecial llevaba hasta la frontera enemiga una jabalina de hierro, o de sangüeño con la punta endurecida al fuego y en presencia de, al menos, tres adultos decía: “dado que los pueblos de los antiguos latinos o individuos antiguos latinos hicieron o cometieron delito contra el pueblo romano de los quirites; dado que el pueblo romano de los quirites decidió que hubiera guerra con los antiguos latinos, o que el senado del pueblo romano de los quirites dio su parecer acuerdo y decisión de que se hiciese la guerra a los antiguos latinos, por ese motivo yo, al igual que el pueblo romano, declaro y hago la guerra a los pueblos de los antiguos latinos y a los ciudadanos antiguos latinos”. Después de decir esto, lanzaba la jabalina a su territorio”.
Este acto era esencialmente mágico y es de destacar que no se hiciese mención de ningún dios al realizar el lanzamiento. El color rojo no es aleatorio, pues desde antiguo se ha asociado a la sangre.
Junto a los feciales trabajaban los augures y los arúspices. Eran intermediarios entre los dioses y los hombres y su trabajo era interpretar las señales de los dioses y tomarlas como presagios favorables o no a la hora de ir a la batalla. La diferencia entre ambos es que los arúspices realizaban estas profecías en base a una víctima de sacrificio, ya fuera antes o después de muerta.
El culto al emperador era importante en cuanto a que era considerado prácticamente como un dios en sí mismo y además, jefe de todo el ejército. Este culto servía además para asegurar la fidelidad y lealtad de las tropas, garantizando un ejército unido y sin disputas entre sí. En realidad, este culto tenía una gran carga político-propagandística, ya que el emperador aparecía como garante de la paz y de la unidad, favorecido por los dioses.
Con todo esto podemos darnos cuenta de que el soldado romano vivía para algo más que para la guerra y que en realidad, se encontraba imbuido en las mismas creencias y costumbres que los ciudadanos de Roma. Prácticamente civiles y militares profesaban los mismos cultos sólo que obviamente, los soldados destacaban las partes más bélicas.
Un factor importante que distingue a civiles de militares es que éstos estaban en permanente contacto con cultos de otros pueblos, por lo que el ejército fue un importante vehículo de transmisión y movimiento de divinidades, creencias y cultos, ya que divinidades que originalmente comenzaron a adorarse en las tiendas de campaña terminaron llegando a las ciudades y a adquirir gran importancia, como es el caso de Mitra.
En suma, los factores religiosos del ejército son básicamente un elemento de cohesión en un grupo social que pasa mucho tiempo lejos de su patria y de su hogar, y que puede llegar a encontrar cierto consuelo por esta lejanía en un acto ritual a Marte en el que participe todo el campamento.